domingo, 24 de abril de 2011

Carne roja


Que tiene de malo ser carnal. Que tiene de malo dejar suelto al animal de vez en cuando. Que tiene de malo dejar el disfraz de lado y desnudarse todo.

Caminar desnudo es una fantasía, así como el deseo constante de navegar en tus entrañas, en la vulva retorcida por el rojo que nubla la vista, recorrer el ano oscuro e inmundo que se desborda de deseo, y respirar cada toxina de tu cuerpo. El olor a rancio que se cuela por las fosas nasales y llega hasta el cerebro excitado conectado con una vara erecta. El olor a sucio que no da asco por que en la cama todo se vale y nada importa. El gemido alegre que desahoga el alma, y la llama de pelos revueltos que se trastorna en locura, locura que desarraiga cada sentimiento dando un espacio entre la bondad y la maldad, el equilibrio anhelado que aleja de la realidad. El sexo es como droga santa, no perjudica pero envicia, y que hay de malo con observar el deseo de tus ojos que anhela con cada fibra de tu ser, con tus uñas, dientes, cabello, boca, nariz, ojos, y corazón. Delicioso es el cosquilleo que recorre el estomago y desprende un frio enfermizo al sentir un orgasmo. La energía que te pone a su merced. Sumisión total en el deseo, dominación también.

Sentir una mano ajena violando tu intimidad. Ella recorre cada parte de ti, tus pechos, tu rostro y de repente entra en ti, y se retuerce bruscamente. Tu solo estas allí, en la manera más pura de la presencia, dejando todo en el terreno. Rasguñas las sabanas y el dolor te satisface. Nuevamente las cosquillas y el deseo constante de no encontrar un final. Caes en medio de la satisfacción total y duermes sin querer despertar. Esa mano brusca, lujuriante, poderosa, te ha tomado, te ha poseído, dependes de ella, y querer zafarte es igual de estúpido que querer morir, no sabes que hay más allá. Te aventuras con miedo y nuevamente la encuentras.

Retorcerse como animal, perder poco a poco el moralismo, dejar de lado tu mente por ese placer tan anhelado. Tu mano puede hacer lo mismo, pero necesitas depositarte en la impresión de esa presencia, una sombra ajena, necesitas sexo. Quieres que tus gemidos sean escuchados y alabados, y no encuentras nada mejor que escuchar esa respiración agitada que lentamente se convierte en un sonido, prolongándose al ritmo, a la danza de sus cuerpos. Calor puro, pasión en juego, deseo complacido, descanso que pronto regresara a tu delicioso estado animal. Sientes como tu cuerpo se encarga de ti, y tiemblas, y no sabes que hacer, solo el instinto tiene la respuesta.

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